miércoles, 10 de junio de 2009

de Pamela Archanco

Felipa, la princesa

Felipa estaba aburrida. La vida de princesa la cansaba. Y aunque se
encontraba en situación de realizar todos sus caprichos, nada la conformaba
porque era una caprichosa.
Su padre mecía desesperado sus cabellos porque a todo decía que no.
—¿Querés salir a cabalgar por el bosque? —le proponía amoroso.
—No, gracias —le respondía Felipa.
—¿Te gustaría que tuviéramos un baile en el palacio? —le sugería paciente.
—¡Otra vez! —le retrucaba ella.
—¿Organizo un torneo de caballeros? —insistía él.
—Ufa...
Pero con el tema del casamiento, el rey se puso firme con Felipa.
—Hija, debes elegir príncipe para casarte. Algún día compartirás el
trono con él y ambos velarán por el destino de nuestro pueblo.
—Debe ser alto pero no mucho, apuesto pero no tanto, audaz pero
sensato, paciente, amable, generoso, valiente, justo, solidario, inteligente,
hábil en la lucha...
Y la lista de Felipa jamás se agotaba. Por eso, ninguno de los caballeros
que se presentó a pedir su mano pudo cumplir con todos los requisitos.
Una tarde cálida de noviembre, cuando paseaba cerca del lago, tropezó
con un noble príncipe, mientras éste trataba de ayudar a un animal herido.
Felipa quedó inmediatamente deslumbrada. El joven era hermoso, amable,
varonil... Y Felipa ya ni recordó su larga lista porque él era perfecto para ella.
—¡Hola! —le dijo con su voz más encantadora--. ¿Puedo ayudarte?
Juntos sacaron al ciervo de la trampa en la que se encontraba y lo llevaron
al palacio.
Felipa se encargó personalmente del cuidado del animal. De la tarde
a la mañana, Felipa era otra: a todos sonreía, pedía las cosas con amabilidad,
agradecía a los que la servían y se mostraba de lo más complaciente con su
padre.
—¿Qué tiene la princesa? —preguntaban algunos.
—Se enamoró —respondían otros.
Y así, un día, le anunció al rey:
—Voy a casarme.
Y esa misma noche, en el jardín del palacio, se lo propuso a su enamorado.
—Felipa, no puedo —fue la respuesta--. Mi corazón suspira por otra,
aunque sé que jamás podré estar con ella porque soy víctima de un cruel
encantamiento.
Entonces Felipa, que no estaba acostumbrada a las negativas, lo besó
desafiante.
Y el príncipe se convirtió en sapo.
Felipa lo vio alejarse a los saltos, feliz, en compañía de una sapa que
hacía rato los observaba desde el otro extremo del jardín.

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