lunes, 9 de noviembre de 2009

El mundo de fueguitos....de Eduardo Galeano.


Un hombre del pueblo de Neguá, en la costa de Colombia, pudo subir al alto cielo.
A la vuelta, contó. Dijo que había contemplado, desde allá arriba, la vida humana. Y dijo que somos un mar de fueguitos.
El mundo es eso —reveló—. Un montón de gente, un mar de fueguitos.
Cada persona brilla con luz propia entre todas las demás.
No hay dos fuegos iguales. Hay fuegos grandes y fuegos chicos y fuegos de todos los colores. Hay gente de fuego sereno, que ni se entera del viento, y gente de fuego loco, que llena el aire de chispas. Algunos fuegos, fuegos bobos, no alumbran ni queman; pero otros arden la vida con tantas ganas que no se puede mirarlos sin parpadear, y quien se acerca, se enciende.

Para celebrar el Día de la Tradición los invito a que junto a los alumnos y alumnas, padres y madres, abuelos y abuelas y la comunidad en general se sigan “encendiendo fueguitos” para que nuestras costumbres, creencias y relatos sigan rodando de generación y generación.

Abrir las puertas del aula a la poesía de tradición oral infantil es invitar a que entren esas voces de la memoria colectiva que nos dan identidad y que, mientras juegan a rodar de boca en boca, se pulen, se alisan, se reencuentran, se mezclan, se reinventan.

En su recorrido, estas palabras viajeras han crecido a partir del aporte de nuevas formas de un potente folclore infantil urbano que habita, entre tantos lugares, en los patios de las escuelas. Y así vemos que conviven las clásicas adivinanzas, colmos, rondas infantiles, nanas, versos para echar suerte, refranes, cuentos mínimos, cuentos de nunca acabar, retahílas, villancicos, junto con los actuales ¿Qué le dijo?, tantanes, chistes, piropos, ¿Cómo se llama la obra?, por nombrar sólo algunas especies de un rico bagaje de manifestaciones orales.

Es importante que en la escuela tengan un espacio para que puedan disfrutarse, difundirse y recrearse, asegurándose de este modo su supervivencia en la comunidad.
Por eso, los invito a sumarse a esta actividad.


Envia por mail o comentario, tu opinión y tu aporte de tradición para ser publicado en el blog.
silvinacarla@gmail.com

Y ... TE REGALO UNA LEYENDA!!!!!
Laura Roldán.
El árbol del fuego


Dicen que dicen que, algunas noches, el cacique Nocaigui se sentaba en su toldería
contemplando el cielo. Miraba y miraba la Vía Láctea, mientras pensaba:
“Nayec, la Vía Láctea, debe ser como un largo camino de brasas encendidas. Si yo
pudiera tener esa luz tan brillante acá abajo, mi pueblo no pasaría frío en invierno”.
Una de esas noches en que estaba sentado mirando el cielo, fue tan grande el deseo
del cacique, que Cotaá, el Dios de los mocovíes, decidió concederle un regalo.
A la mañana siguiente, al salir de su tienda, se encontró con un arbusto y lo miró
asombrado. No lo reconocía, y eso que sabía mucho de plantas. Tocó sus hojas
alargadas, cortó unas ramas, las frotó y observó cómo se convertían en brasas.
—Es nechinic —exclamó—, el árbol del fuego.
Y, desde ese día, el pueblo de Nocaiqui pudo encender grandes fogatas. Entonces,
todos se sentaban alrededor del fuego para contar historias y calentarse en invierno.

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